ARQUITECTURA EN JAPÓN | EL CRISANTEMO DIGITAL

Artículo disponible en formado audio narrado por Mikel González

¿Es primavera?

La colina sin nombre

se ha perdido en la bruma.

Matsuo BASHÔ, Haiku de las cuatro estaciones (primavera)

 

En el moleskine arquitectónico del esteta viajero, Japón debiera ocupar un buen porcentaje de páginas: la fascinación que la arquitectura japonesa ejerció sobre Frank Lloyd Wright o Bruno Taut sigue vigente hoy en día. Y qué mejor plan que asomarse al país del sol naciente en los espléndidos días de la primavera nipona, cuando la naturaleza se alía con el artificio humano para deleitar los sentidos.

Todo comienza en Tokyo. La megalópolis, con más de 30 millones de habitantes, es fiel reflejo de los inmensos contrastes que gobernarán el viaje: ultramodernidad versus tradición. Con un tejido urbano en permanente mutación, la ciudad vertical sustituye paulatinamente el antiguo modelo de barriadas con casas arracimadas. La tendencia son los rascacielos, las megaestructuras y las islas artificiales, con diseños firmados por Toyo Ito, Yoshio Taniguchi, Kisho Kurokawa, Jun Aoki, Rem Koolhaas, Jean Nouvel, Rafael Viñoly o el ubicuo estudio SANAA, formado por Katsuyo Sejima y Ryue Nishizawa, por nombrar tan solo una cuantas estrellas de lo que en realidad es un infinito firmamento. Explicar cómo pueden cohabitar un templo tan antiguo y venerado como el Sensoji con su vecina torre Asahi, delirante ejercicio de posmodernidad firmado por Philippe Stark, puede parecer complejo. Pero así es el Japón que cabalga a lomos del siglo XXI.

Si Tokyo es desmesura, los Alpes japoneses ofrecen un necesario contrapunto de placidez. La montaña, morada de los kami, espíritus divinos sintoístas, no puede ser profanada: la arquitectura está vetada en ese espacio animista. Aquí, el viajero se encuentra con valles salpicados de pueblos sericultores y madereros, paupérrimos en cultivos de arroz, con casas de estilo Gassho únicas en todo el archipiélago. Shirakawago y Gokayama esconden los mejores ejemplos. En Kanazawa, la «pequeña Kyoto”, distritos de samuráis, geishas y maikos hacen honor a la imagen del Japón soñado, al igual que el soberbio jardín Kenrokuen. Pero también aquí encontramos arquitectura de vanguardia, con el espectacular Museo del Siglo XXI firmado por SANAA. Takayama, con sus calles comerciales perfectamente conservadas desde hace siglos, ofrece estampas tan puramente japonesas que por un momento el visitante se siente transportado al tiempo de los shoguns.

Como si de una vertiginosa montaña rusa se tratase, la verticalidad vuelve a hacer acto de presencia en Osaka. Enjambre de rascacielos, ciudad-luz, es excesiva y audaz, noctívaga y perversa. Pura estética Blade Runner. Hay que escapar de ella por el bucle del Mar Interior de Seto, donde Japón instaló toda su industria contaminante a finales del XIX, y que hoy ostenta orgulloso el título de Patrimonio Cultura de la Humanidad. Islas como Naoshima, Teshima e Inujima han sido colonizadas por arquitectos de la talla de Tadao Ando o Ryue Nishizawa con el loable fin de transformar radicalmente un paisaje industrial en un paisaje cultural.

El viaje culmina en Kyoto, la vieja capital imperial, sede durante siglos del Trono del Crisantemo. Templos budistas zen, santuarios sintoístas y pagodas motean las colinas orientales, occidentales y norteñas, mientras a orillas del río Kamo surgen el gran Palacio Imperial y el Nijojo, sede de los omnipotentes shoguns del clan Tokugawa. Kyoto es sofisticada, con un refinamiento cultivado durante siglos. La antítesis de Tokyo, donde también hay crisantemos… pero digitales.

Imágenes: Oficina de Turismo de Japón & Silvia SEVILLA | flickr.com/photos/silviasevilla