DEL PALACIO DEL MAHARANÁ AL TEMPLO DE SHIVA

Los cuatro lagos que serpentean por el centro de Udaipur son artificiales. «Man-made«, dicen los indios con su divertido acento inglés. De ellos, los más hermosos son el Fateh Sagar, con el espléndido parque Nehru en su centro, y el Pichola, sobre cuyas aguas señorean los magníficos Jag Niwas (el palacio de la escurridiza Octopussy en la película homónima de James Bond-Roger Moore, convertido en el mítico Taj Lake Palace desde hace ya unos cuántos años) y el Jag Mandir, un delicado edén flotante donde en tiempos el maharaná se divertía con sus concubinas, y que hoy acoge bodas de las mil y una noches y eventos similares.

La terraza principal de nuestro hotel se abre sobre el Fateh Sagar, espléndido a estas horas de la mañana. Apenas unos minutos nos separan del City Palace, el palacio donde aún reside el 76º maharaná de Udaipur, Su Alteza Real Arvind Singh Mewar. Su linaje es el de los Sisodia, los «hijos del Sol», y su efigie en coloristas fotografías acompaña al visitante por todo el complejo. Propietario de uno de los mayores grupos hoteleros del Rajasthan, Singh lo es todo en esta ciudad. Su City Palace es una increíble estructura del s.XVI en su exterior, y un auténtico espanto en el interior, excepción hecha de algunas salas decoradas con preciosas miniaturas, alguna que otra qumaria (comares) aceptable, sutiles yeserías… pero la mayoría de las estancias rezuman un estilo indescriptible, difícil siquiera de catalogar como kitsch. Hasta su muerte, el padre de Arvind Singh vivió en palacio rodeado de objetos inútiles, desposeído de sus títulos y prebendas por Indira Gandhi, un pobre enfermo multimillonario.

Las intrigas palaciegas no son algo nuevo para los Rajputs del Rajastán. Pero para una dinastía que libró exitosas batallas contra ejércitos invasores a lo largo de 14 siglos, un culebrón que dura ya más de dos décadas empaña un pasado glorioso. De alguna forma la historia se repite para los maharanás de Udaipur, la realeza del Mewar. Hace 400 años, justo antes de su muerte el maharana Udai Singh (el fundador de Udaipur) nombró sucesor a uno de sus benjamines, Jagmal. Esto enfureció a los nobles, que no habían sido consultados: la tradición imponía que el primogénito debía reinar. Apenas incinerado Udai Singh, los nobles destronaron a Jagmal, imponiendo la corona al formidable maharaná Pratap, el más famoso y aguerrido de los guerreros Rajput. Esto viene a cuento porque algo similar sucede entre dos de los descendientes de Pratap: Mahendra Singh y Arvind Singh, cuya disputa se está aún dirimiendo en los tribunales. Todo comenzó en 1984, cuando el maharaná Bhagwat Singh legó todas sus propiedades al más joven de sus hijos varones, Arving. No sólo le nombró albacea de sus últimas voluntades, sino que dio poderes a su hija, Yogeshwari Kumari. El mayor, Mahendra Singh, acusado por su padre de derrochador y crápula, fue excluido del testamento, al igual que su madre, Rajmata Sushila Kumari, ésta última en favor de Annabella Parker, la amante británica del maharaná. La nobleza, enfurecida, logró reunir a miles de Rajputs frente al City Palace el 19.noviembre de 1984 para declarar a Mahendra Singh como legítimo maharaná. En vez de protagonizar una coronación pública, y temiendo que el Gobierno indio aprovechase la disputa para minar la reputación de la monarquía Mewar, el primogénito se refugió en brazos de la Justicia. Y allí sigue, con más de 100 procesos abiertos contra su hermano, que mientras tanto lo ha ido literalmente dejando de patitas en la calle.

Al menos, desde las terrazas del City Palace las vistas sobre la ciudad y sobre el Lago Pichola son espectaculares.

La carretera atraviesa todo el centro de Udaipur camino del Saheliyon-ki Bari, el «Jardín de las Doncellas». Huyendo del insoportable calor de los meses previos al monzón, las huríes y concubinas abandonaban la zenana (el harén) del City Palace camino de este vergel de imponentes mangos, frondosas buganvillas y tumultuosos juegos de agua. Todo intenta aquí recrear el ambiente refrescante del monzón, y no es difícil imaginar la excitación del maharaná viendo a sus mujeres bañarse semidesnudas en los enormes estanques, rociarse con los chorros de las fuentes y arracimarse bajo las umbrosas sombras de los banianos.

De regreso al centro, disponemos de apenas 45 minutos para comer algo. A la carrera engullo pollo masala, pollo al curry, pollo korma, chapati, naam y varias tazas del empalagoso Indian tea (me-en-can-ta) en una agradable terraza que sobrevuela el Lago Pichola. Desde el Templo Jagdish, dedicado al «Señor del Mundo» Shiva y su vehículo Garuda, caminamos hacia el embarcadero para tomar una barcaza y navegar frente al City Palace, los havelis de los nobles, los ghats de las lavanderas, el Lake Palace y el Jag Mandir.

Algo menos de una hora después nos encontramos en plena campiña al norte de Udaipur, rodeados de campesinas ataviadas con saris de vivos colores. Estamos en los templos de Nagda, llamados de Sas-Bahu, o «de la Suegra y la Nuera» por ser uno de ellos patrocinado por una devota de Shiva, y el otro por una sirvienta de Vishnú. Son dos piezas el s.X imponentes, típicos templos Nagara con su torre-sikhara (una evocación del mítico Monte Meru), su mandapa, sus relieves de infinitos matices. Con la luz del atardecer los detalles se acentúan, revelando intrincadas esculturas, de exquisita belleza y proporción. Por cierto, lo de la «Suegra-Nuera» creo que es un invento del guía: en algún manual de arquitectura india he leído, si no recuerdo mal, que se llama Sas-Bahu a los conjuntos de dos templos cercanos que difieren en tamaño. En Gwalior hay un complejo similar, llamado igual, y dudo que la historia de la devoción dispar se sostenga.

La sorpresa del día aún está por llegar: los 108 templos de Eklingji, dedicados a la forma lingam (falo) de Shiva. Por la tarde se abren a los devotos y turistas a las 17h30, a tiempo para el Aarti, una ceremonia de servicio devocional que en sánscrito significa «disipador de la oscuridad». Es importante tener en cuenta que en sánscrito «oscuridad» e «ignorancia» son prácticamente sinónimos. El texto del Aarti es un conjunto de oraciones, poemas y mantras en sánscrito e indi. En sánscrito la vibración de cada palabra, el sonido en sí de cada palabra, corresponde exactamente a lo que esa palabra significa, lo que no sucede en la mayoría de los idiomas. Las palabras del Aarti tienen una fórmula muy específica, que nos hacen armonizar con la energía de sanación y profunda santidad. En la ceremonia que presenciamos se ofrece al fuego incienso, ghee (manteca purificada), agua, flores, arroz, sándalo… El fuego es algo bastante central en esta ceremonia, ya que simboliza aquella energía que quema y disipa la tiniebla de ignorancia que nos separa de lo divino:

«Blanco como el alcanfor, compasión encarnada, esencia del Universo, adornado con guirnaldas de serpientes, residiendo siempre en el loto de mi corazón, ante Shiva y la Diosa Madre a la vez, yo me inclino«.

Completamente descalzos frente al sagrado lingam, asistimos al Aarti de esta comunidad, que no nos ha permitido ingresar con objetos realizados en cuero en el recinto sagrado. Es ya noche cerrada cuando emprendemos el regreso a Udaipur, donde una cerveza Cobra helada nos hará reponernos de las doce horas de trote que nos hemos echado hoy al cuerpo. Sarna con gusto no pica, pero…