EL CAIRO COPTO: LA SILLA DE SAN MARCOS

Cuenta Max Rodenbeck en su magnífica El Cairo. La Ciudad Victoriosa (Ed. Almed, 2004): «En cada visita a su casco antiguo -la zona de las grandes mezquitas, los palacios y los bazares medievales- descubría nuevas pruebas de su decrepitud: el mármol arrancado de las paredes, los antiguos minaretes derribados para levantar casas de vecinos, y los zapatos de plástico y las camisetas con estampados faraónicos sustituyendo en los mercados a las babuchas de piel de camello y los caftanes de satén. Paseando un día por el centro, en lo que antes era el Barrio “Europeo», descubrí uno de mis cafés favoritos transformado en una hamburguesería llamada Madonna´s. Una compañía de inversiones «islámica» compró y derribó el Hotel National, cuyo ruidoso y envejecido piano bar antaño presumía de tener una ridícula tertulia de prostitutas famosas durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando cayó su estructura piramidal, aquello se convirtió en un aparcamiento al aire libre”.

Se refiere, claro está, a la Madre del Mundo, como cariñosamente llaman los cairotas a la capital de Egipto. Afortunadamente, siempre nos quedarán las palabras del historiador árabe Ibn Jaldun (1332-1406): » Quien no haya visto El Cairo no ha visto la magnitud del Islam, pues ella es la capital del mundo, el jardín del orbe, la asamblea de las naciones, el comienzo de la tierra, el origen del hombre, el iwan del Islam y el trono del reino”.

El Barrio Copto, fuertemente vigilado por la policía, esconde la Iglesia al-Moallaqa («colgada») y el complejo de Mar Girgis (San Jorge), construidos sobre los imponentes cubos cilíndricos de la muralla de Diocleciano. El emperador llamó Babilonia a su oppidum egipcio, y resulta sorprendente encontrarse con sus restos incluso en el patio de la sinagoga Ben Ezraa, la antigua Iglesia de San Miguel. Los sefardíes de las diásporas del XV y el XVII también utilizaron un antiguo aljibe romano para disponer de agua con que alimentar un arruinado mikveh, el baño ritual hebraico. Pocos fieles se congregan a estas horas en las iglesias coptas ortodoxas de Abu Sarga (San Sergio y San Baco) y Santa Bárbara, bajo sus bóvedas de cañón construidas en madera a imagen y semejanza del Arca de Noé, símbolo de salvación eterna. Imponentes iconostasios de inspiración mameluca -maderas ricas (ébano y cedro), nácar y marfil- esconden el ábside a los ojos de los comulgantes, y las columnas de spolia con magníficos capiteles se adornan con inspirados frescos a mayor gloria del santoral copto. Por doquier, imágenes de Shenouda III, Papa de Alejandría y Patriarca de la Predicación de San Marcos hasta 2012. El penúltimo ocupante del Trono del Evangelista sonríe, socarrón, tras sus luengas barbas. Le sucedió Teodoros II.

No podemos abandonar el viejo barrio de los coptos ortodoxos sin antes visitar el estupendo Museo Copto, recientemente inaugurado tras varios años de cierre. Sus colecciones demuestran el poderoso vínculo entre el mundo faraónico, ptolemaico, grecorromano, bizantino e islámico, a veces con similitudes sorprendentes. ¿Cómo no ver en la iconografía de Isis amamantando a Horus a la mismísima Virgen María haciendo lo propio con el Niño Jesús? De hecho, el mundo helenístico transformó los rasgos de Horus, convirtiendo al valiente dios-halcón en un inocente dios-niño Harpócrates, chupándose el pulgar por los siglos de los siglos. La casona-palacio que alberga las colecciones es gigantesca, magnífica, y la selección de piezas inigualable. Tras recorrer sus múltiples salas, tomo el metro entre las estaciones de Mar Girgis (Barrio Copto) y Sadat (plaza Tahrir) para acercarme hasta el hotel. Tocado con un sombrero de jipijapa recientemente adquirido en Guayaquil, algo acelerado pago una libra egipcia para acceder a los andenes y salto al vagón… ¡de mujeres! No se dónde meterme: todas me miran, entre sorprendidas, alucinadas, azoradas y divertidas, y una de ellas me recrimina haberme metido donde no me corresponde.

Cambio de vagón a toda prisa en la siguiente estación, no sea que encima me caiga una multa.