17 May KHAJURAHO, EL PARAÍSO DE LAS «SURASUNDARIS»
Uno de los lugares más famosos de la arquitectura hindú de estilo nagara se halla en Khajuraho, no demasiado lejos de Orchha. De los 85 templos erigidos en este lugar a caballo entre los siglos X-XI, han llegado a nuestros días unos veinte. Ocultos por la jungla, fueron descubiertos en 1840 por los británicos y restaurados a principios del XX. Representan la gloria de la dinastía Chandela, el triunfo estético-arquitectónico de sus reyes, los Chandrateyas o descendientes de Chandrama, el dios lunar. El Islam terminaría con ellos a finales del s.XII, anexionando sus dominios al primer sultanato de Delhi.
Los templos de Khajuraho son una espléndida síntesis de arquitectura y escultura, generalmente en dorada arenisca. Salpican un área abierta considerablemente amplia, no están delimitados por muros y se yerguen sobre imponentes plintos que también sostienen los templetes secundarios. De inmediato, el viajero siente que aquí todo está pensado para enfatizar la verticalidad, el axis mundi, la columna que sostiene el universo.
Pocos son los visitantes que se esfuerzan en realizar la promenade arquitectónica completa en Khajuraho, y que incluye los grupos meridional, oriental y occidental, además de algún que otro templo escondido en la selva. Hay que madrugar mucho y dirigirse primero al complejo sur, con algunas piezas arcaicas de planta sencilla y complejísima decoración. A estas horas la soledad es absoluta, y los templos ora shivaicos, ora vishnuítas, ora brahmánicos se recortan sobre paisajes desolados, rota apenas la monotonía por los campesinos que se ocupan de mantener sus chozas encaladas bien limpias y baldeadas. Hay algo especial en la comunión entre lo bucólico y lo eterno, entre lo material y lo inmaterial, que reina en este lugar. Indolentes y completamente ajenos a nuestro paseo campestre matutino, negros búfalos de agua y jorobados cebúes abrevan al pie de pequeños riachuelos. No demasiado lejos, el grupo oriental esconde maravillosos templos jainistas donde se rinde culto a los veinticuatro tirthankaras en forma de espléndidas estatuas, además de un pequeño museo que merece la pena visitar. Recorreremos los templos de Brahma, Vamana, Javari, Duladeo y Chaturbhuja, el jainista Parsvanatha… Y, por supuesto, el grupo occidental, el más frecuentado por los viajeros, con los imponentes templos Kandariyamahadeva y Vishvanatha (y Varaha, Lakshmana, Mahadeva, Devi Jagadamba, Chitragupta, Parvati, los Sesenta y Cuatro Yoguis…).
La planta de los templos más elaborados (como los arriba mencionados) está basada en el esquema de una cruz cuyo eje mayor se orienta de este a oeste, con doble crucero. La ardhamandapa (atrio oriental) está decorada con una torana (pórtico) y se abre a una mandapa hipóstila (sala de columnas) que anuncia la mahamandapa, la sala ceremonial. Ésta última suele contar con cuatro columnas que sostienen un techo abovedado jalonado por dos balconadas. Quedan el garbha-griha (sancta sanctorum), al que se accede pisando un escalón de forma lunar -el chandrashila– y el pradakshinapatha, el deambulatorio que rodea la cella. Pero más allá de la planta, si hay algo que fascina al viajero en Khajuraho es la decoración externa de los templos: estatuas individuales o grupos de imágenes ocupan cientos de nichos delimitados por elementos arquitectónicos realzados por frisos, canecillos, columnas, ábacos y capiteles… Las sikharas ogivales, abstracción del mítico monte Meru (el Kailasha de los Himalayas, donde medita Shiva), se multiplican en infinitas series de minúsculas imitaciones de sí mismas, llamadas angashikharas o urushringas, ancladas a la estructura principal. Rematando la torre-sikhara, un amalaka (el cojín acanalado que imita el fruto del ciruelo myrobalan) y una kalasha, la urna que contiene el amrit, el divino néctar de la inmortalidad. La increíble profusión decorativa transforma el templo en una auténtica pieza escultórica: procesiones festivas, desfiles militares, grupos de ascetas y guerreros, dioses y servitas, amantes, ninfas celestiales -las rotundamente sensuales surasundaris, «las más hermosas», o alasakanyas, «las que se inclinan»- y animales míticos como shardulas y vyalas (grifos), intrincados motivos geométricos, plantas entrelazadas: un palpitante río de vida, tremendo y desbordante.
Pero si por algo son conocidos los templos de Khajuraho es por la profusión de escenas eróticas que los adornan. Las surasundaris, de enormes pechos y voluptuosas caderas, esconden el sentido último de su existencia tras hieráticos rostros: ¿qué significa tal profusión de jóvenes sensuales en un edificio religioso? Y si la presencia de las divinas muchachas es intrigante, ¿qué podemos decir de las complicadas maithuna (representaciones de la unión sexual) que llegan a implicar a varios personajes entre los que se cuentan incluso animales?
Entre las muchas teorías que se han lanzado para justificar el erotismo que raya con la obscenidad, la menos convincente es la que ve el maithuna como una alegoría de la relación entre el dios y las almas. Tampoco se sostiene la versión del Kamasutra , ya que no contiene referencia alguna a zoofilia, bestialismo; y el sexo tántrico sirve aún menos como plataforma teórica, ya que el secreto que suele rodear su práctica concuerda mal con lo explícito de los relieves de Khajuraho. A nivel popular, la tradición ve en los maithuna una especie de conjuro contra el mal de ojo, los rayos o incluso una forma extrema de probar la espiritualidad de los devotos, que debían permanecer impasibles ante la crudeza de las escenas carnales.
Una de las explicaciones más convincentes ve una antigua herencia mágico-chamánica en el erotismo y obscenidad de Khajuraho: los ritos sexuales enfatizan la idea de fertilidad, actuando también como amuletos protectores contra oscuras y negativas fuerzas diabólicas. Este aspecto positivo y protector de la obscenidad sería posteriormente adoptado por los príncipes hindúes, los rajás, obligándose a una vida de placeres sensacionales, igual que el dios es servido en su templo por las devadasis , expertas y eróticas bailarinas de incansable vientre. Sin duda, la cópula del señor con sus concubinas o del sacerdote con las devadasis garantizaría la fertilidad del reino y los favores de los dioses.
Es más: ¿por qué no pensar que el peregrino penetra en el templo realizando una cópula mística? Existen teorías que ven en las festoneadas toranas de los templos Chandela de Khajuraho trémulos labios vaginales, en los delicados pinjantes excitantes clítoris, y en el garbha-griha un oscuro útero, la caverna primordial. Así, la penetración ritual del fiel en el templo, un acto físico, se convierte en una penetración sexual metafísica. Y así, a lo largo de miles de años -la cósmica jornada de Brahma- el templo se regenera a sí mismo, por toda la Eternidad.